viernes, mayo 19, 2006

El espacio iberoamericano del conocimiento: ¿utopía o realidad?

El espacio iberoamericano del conocimiento: ¿utopía o realidad?

Juan A. Vázquez (*)
Rector de la Universidad de Oviedo
Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE)


El conocimiento es, sin duda, uno de los más poderosos instrumentos de transformación y progreso; una de las más poderosas palancas de desarrollo, de igualdad de oportunidades, de cohesión y de movilidad social. Así lo ha sido en nuestro país en las últimas décadas. Con “despensa y escuela”, como pedía Joaquín Costa, ha conseguido España remontar cotas insospechadas de su atraso secular y alcanzar los actuales niveles de bienestar.

A ese formidable logro han contribuido decisivamente las universidades españolas que, en estas pasadas décadas, han experimentado un trascendental cambio, un profundo proceso de modernización y de renovación que las sitúa ahora en condiciones de dar el nuevo salto cualitativo que requiere la sociedad del conocimiento. Y en ese cometido estamos comprometidos de lleno ahora en que se está redefiniendo el papel y las orientaciones de las universidades y se está pasando de la universidad de la cantidad a la de la calidad, de la universidad cerrada a la abierta y comprometida con la sociedad, de la de mercados protegidos a la de los mercados competitivos y de la de ámbitos nacionales a la de espacios de integración.

Por más que abunden la diversidad y las especificidades, no son otros sino estos mismos los objetivos universitarios cuando se contemplan en la perspectiva del conjunto Iberoamericano: mejorar en la calidad y la eficiencia del estratégico servicio universitario de la generación y la transmisión del conocimiento; hacer de la educación superior un instrumento al servicio del progreso y el bienestar de las sociedades; y hacerlo conjuntamente impulsando un espacio iberoamericano del conocimiento. Son éstos, a mi modo de ver, los tres grandes ejes que han de marcar las pautas prioritarias de la Universidad del siglo XXI para lograr una educación integradora, que reafirme el carácter de la educación superior como bien público vinculado a compromisos como los recogidos en la Declaración Mundial sobre Educación Superior de París en 1998 y que avance, al mismo tiempo, en la plena adaptación a las necesidades de esta era de la sociedad del conocimiento.

La educación que supera barreras, que integra sistemas, constituye, pues, uno de los objetivos universitarios principales en este mundo globalizado. Decía Víctor Hugo que “no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”. Y creo que éste es el tiempo de la cooperación, de la convergencia y de la educación que supera fronteras y que integra sistemas. Lo sabemos bien en Europa, donde la convergencia es precisamente el objetivo de más envergadura en que estamos comprometidas las universidades en este momento, con el decisivo y ambicioso proceso de implantación de un Espacio Europeo de Educación Superior. Un complejo reto que constituye, sin embargo, una gran oportunidad de renovación y de reforma y nos emplaza a una de las tareas académicas más apasionantes y complejas: la de conjugar igualdad y diversidad para aproximar nuestras estructuras, la de hacer equiparable nuestro sistema universitario con los europeos, la de favorecer la movilidad universitaria, la de desplazar la perspectiva de las enseñanzas desde el punto de vista del profesor al del estudiante, la de fomentar la empleabilidad de nuestras titulaciones y, en suma, la de garantizar la calidad y la competitividad de las universidades del viejo continente.

Pero no hemos de mirar sólo a la realidad de nuestra propia convergencia sino a la de otras convergencias posibles más allá de nosotros mismos, para plantear el objetivo de desarrollar un espacio común Iberoamericano del conocimiento que nos enfrenta al complejo y atractivo reto de una utopía que hemos de llegar a convertir en realidad. En ese propósito ha habido hitos como los de las reuniones celebradas en Salamanca, Lima, Santiago de Compostela, Guadalajara (México), el encuentro de rectores iberoamericanos de Sevilla, organizado por Universia que, por otra parte, ofrece un valiosísimo instrumento articulador de este proyecto y está contribuyendo decisivamente, y desde la base, a la configuración de una red universitaria iberoamericana y de un espacio común del conocimiento. Y muy recientemente todavía, la Universidad de Oviedo ha servido de escenario para el encuentro de las más importantes redes universitarias de ambos lados del Atlántico, con la reunión de la Asociación Europea de Universidades (EUA) y el Consejo Universitario Iberoamericano (CUIB), que ha dado lugar a la “Declaración de Asturias” y ha tratado de dar nuevo impulso al acercamiento entre los sistemas universitarios de Europa y de América Latina y el Caribe y a los proyectos de cooperación entre las universidades de ambos continentes.

Se han dado, pues, algunos pasos fundamentales, pero se requieren, desde luego, muchos más. Podemos sentirnos satisfechos por lo alcanzado pero estimulados por los que todavía hemos de alcanzar, celebrar lo que somos pero también definir lo que queremos ser, afirmar lo que por fortuna nos une pero tratar de superar lo que todavía nos separa, pensar en las Universidades que tenemos y en las Universidades que queremos tener y encontrar los modos más eficaces de trabajar conjuntamente para convertir en realidad esa utopía necesaria de un espacio iberoamericano del conocimiento.

Para alcanzar ese objetivo se requiere todavía mucho y muy tenaz trabajo. Es muy meritoria la labor que hasta ahora se ha desarrollado, pero resulta indispensable avanzar sobre los pasos parciales, dispersos y, en ocasiones, poco efectivos que hasta ahora se han dado, quizá a causa de la gran diversidad de los sistemas educativos, de la heterogeneidad de las propias instituciones universitarias y, sobre todo, de la falta de una verdadera decisión política y de la ausencia de la una adecuado respaldo financiero. Y para ello se requiere un conjunto de líneas básicas de actuación que compongan la estructura fundamental de un verdadero espacio Iberoamericano del conocimiento y que cabría resumir en las que se exponen a continuación.

En primer lugar, un programa de movilidad e intercambio estudiantil y de profesorado con reconocimiento de los estudios. Éste, constituye el armazón más fundamental que caracteriza a un espacio educativo común y para ponerlo en marcha se requiere, ante todo, una decidida voluntad política, una instrumentación técnica, para la que la experiencia del programa Erasmus serviría como referencia fundamental, y un respaldo financiero de magnitud considerable, que constituye seguramente la mayor dificultad que se presenta para desarrollarlo. Ello habría de complementarse, además, con un programa para el impulso de las redes universitarias de investigación asociadas al desarrollo conjunto de proyectos y a la formación de doctores, que constituye una de las prioridades para los sistemas universitarios latinoamericanos.

En segundo lugar, un sistema de evaluación y acreditación de la calidad, para el establecimiento de mecanismos de control en un conjunto universitario tan amplio y heterogéneo, que fomenten la confianza mutua en que se ha de basar la comparabilidad de instituciones y programas. Aunque de modo desigual y heterogéneo, la evaluación de la calidad ya está ampliamente implantada en América Latina y sería necesario extenderla, consolidarla y hacerla más homogénea. Asimismo se cuenta ya con una red de Agencias Nacionales agrupadas en RIACES y sería preciso crear algún tipo de organismo supranacional, tal como ocurre con la ENGA europea.

Y, en tercer lugar, el establecimiento de mecanismos de convergencia y homogeneización de estudios y titulaciones, para avanzar en la similitud de las estructuras educativas y hacer comparables y comprensibles las titulaciones, mediante el establecimiento de algunos criterios comunes respecto de los contenidos, la carga de trabajo y las competencias profesionales de los diversos estudios y titulaciones. Este es, sin duda, el objetivo más complejo y en el que menos se ha avanzado hasta ahora dada la gran disparidad existente, aunque se cuenta con algunas experiencias interesantes y con el apoyo que proporciono el desarrollo del proyecto Alfa Tuning.

Para esta ambiciosa agenda de trabajo se requiere, desde luego, una implicación activa de las comunidades académicas y una importante disponibilidad de recursos financieros, pero sobre todo, y para pasar de la solemnidad de las declaraciones a los hechos, una decisión política del mayor nivel, instrumentada a través de las Cumbres Europeas e Iberoamericanas, que han de asumir como propio e impulsar decididamente el objetivo del espacio iberoamericano del conocimiento como elemento fundamental para desempeñar el papel estratégico y fundamental en el desarrollo económico que corresponde a la Universidad en la sociedad de nuestros días.

Esa habría de ser una contribución decisiva a esa utopía posible de un espacio iberoamericano del conocimiento que ha comenzado a dar sus primeros pasos y que ha de servir para reafirmar el papel del conocimiento como palanca fundamental del desarrollo económico, de la movilidad social y de la igualdad de oportunidades, combatiendo la más radical y peligrosa desigualdad de nuestros días, la desigualdad del conocimiento.

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El autor: Juan Antonio Vázquez García

Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo. En la actualidad es Rector de la citada Universidad y Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE). También es Presidente del Consejo Universitario Iberoamericano.

Autor de más de 150 publicaciones y trabajos de carácter académico recogidos en diversos libros y en prestigiosas revistas especializadas de Economía. Ha sido Profesor Visitante en la University of California - Berkeley. Ver una reseña más amplia de su extenso CV.

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