viernes, junio 16, 2006

Indice de artículos

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América y el español en el mundo

América y el español en el mundo

José Carlos Rovira
Universidad de Alicante

Palabras leídas en la apertura de la Jornada “Hispanoamérica en el aula” del Instituto Cervantes en Nápoles el 19 de mayo de 2006

Agradezco la invitación que se me ha hecho para abrir esta jornada en la que se van a plantear la enseñanza del español desde la perspectiva del español de América, con el título muy sugerente de Hispanoamérica en el aula. Creo que es una invitación muy generosa, porque mi condición profesional es la de profesor de literatura, aunque de literatura hispanoamericana. Tuve que ver con la enseñanza del español hace muchos años, treinta y dos ya, en la misma realidad lingüística o parecida que ustedes tienen: enseñaba como lector en la cátedra de Oreste Macrí, en Florencia, allá por el 1974.

ORESTE MACRÍ

Oreste Macrí, que nos dejó hace algunos años, tenía la impronta genial de las gentes del sur, de más al sur, de la península de Otranto y de su Maglie natal. He recorrido en estos meses sus tierras devocionalmente, admirando el barroco de Lecce del que Macrí hablaba con frecuencia, y recordaba la forma divertida que Macrí tenía de recibir a los pocos alumnos que optaban entonces por el español en la Facoltà di Magistero florentina: los recibía con seriedad inusual, con un medio cigarrillo encendido en la mano, partido previamente para no fumar tanto, y el primer mensaje era decirles que habían hecho bien en elegir español como lengua, pues era necesario conocer sobre todo esa lengua, ya que el padre eterno les recibiría con ella en el cielo y los que no la supieran podían terminar en el purgatorio hasta que la cursasen. Macrí era laico y antiimperial pero no le importaba transmitir este mensaje, con el que estaba recordando a Carlos V, para impresionar divertidamente a unos alumnos con los que siempre bromeaba sin sonreír. Recuerdo otra perla didáctica de aquellos días: era cuando hablaba de la maleta de los conquistadores en las que, al hacerlas, estos metían los fonemas de la lengua para transportarlos a América. Sólo los castellanos llevaban veinticuatro fonemas: en las expediciones se colaban algún italiano, algún catalán, algún gallego, pero los indios tenían puesto el oído y, al escuchar otros sistemas vocálicos, por ejemplo, se decían alarmados: “aperte” e “chiuse”, y “obertas” y “tancadas”, y por la ley de economía lingüística y su fino oído optaban por la lengua que más había simplificado el sistema fonético...y Macrí se horrorizaba divertido cuando veía a algún alumno o alumna tomando apuntes de esta broma que quería inofensiva.

Han pasado muchos años desde el presente de estos recuerdos, sobre todo desde la llegada de los conquistadores con su maleta llena de fonemas, y es necesario recordar, ahora ya en serio, que hablamos de una lengua que tiene el impuso de casi cuatrocientos millones de hablantes. Y parece inevitable que yo comience hablándoles brevemente del tema de la unidad de la lengua.

Sobre la unidad de la lengua

Hace poco más de un siglo que se desató una polémica que todos ustedes deben conocer: el lingüista colombiano Rufino José Cuervo lanzó la voz de alarma sobre las distancia que las hablas nacionales estaban imprimiendo al español que construía distintos modelos que acabarían generando distintas lenguas. A las grandes diferencias de vocabulario había que añadir divergencias gramaticales y sintácticas que acabarían produciendo lo que pasó con el latín, cuando se fragmentó políticamente el Imperio y, en el espacio de la Romania surgieron el castellano, el francés, el italiano, el portugués, el rumano, el catalán, el gallego, etc. Fue durante un período de siglos, pero América estaba para el ilustre lingüista abocada a lo mismo a lo largo del tiempo. Don Juan Valera fue el primero es responderle.

Para el novelista andaluz, tan pendiente de América, la comunidad espiritual y cultural defendería la unidad de la lengua y la literatura -a la que Valera tan atento estaba, pendiente de lo que se escribía por América- evitaría con su fuerza la desmembración del español. La polémica seguía y creo que tenía mucho que ver con la actitud prepotente de los puristas que consideraban que había un modelo lingüístico, el castellano de España, y si me apuran mucho, el de Madrid.

A fines de siglo XIX, creadas la mayor parte de las academias americanas, era frecuente que algunos bien intencionados escritores llegasen a Madrid y a la Academia con su lista de palabras mexicanas, chilenas, peruanas, argentinas, etc. para introducirlas en el diccionario de la lengua, aun con la llamada de americanismo. Podemos recordar en 1892 el enfado de don Ricardo Palma, el más ilustre de los escritores peruanos de entonces, con su lista de más de quinientos peruanismos en la maleta y el rechazo madrileño y castizo a la casi totalidad de las mismas. Don Ricardo se enfadaba con razón y podía presentir lo que Rufino José Cuervo anunciaría poco después: la lengua acabaría desmembrándose.


Fue don Ramón Menéndez Pidal quien, poco después de la polémica Valera-Cuervo, comenzó a zanjarla con razones que permitían mirar con algún optimismo la unidad de la lengua: eran incomparables, decía don Ramón, las circunstancias históricas de final del Imperio romano con el fin del Imperio español, y ejemplificaba con argumentos en los que hablaba de la reserva unitaria que la letra impresa, la literatura, planteaba en la actualidad; y también, recuerdo, aquel argumento principal en el que decía que llevar una carta a caballo desde una parte a otra del antiguo Imperio Romano podía tardar veinte o treinta días, mientras que nuevos fenómenos de comunicación, la radiofonía por ejemplo, mantenían ahora viva la relación de los hablantes de la lengua. De don Ramón y sus discípulos –yo, de uno principal, que ha fallecido hace menos de dos meses, don Alonso Zamora Vicente - aprendimos que habían factores que contribuían a la unidad de la lengua, aunque nunca había que perder de vista, frente a este efecto centrípeto, el efecto centrífugo de las hablas locales y sus variantes. Claro que en esa época existía un centro y ese centro era el país en el que la lengua se había generado, pero creo que don Ramón, y por supuesto sus discípulos, empezaron a entender de otra forma la posibilidad del centro.


La cuestión del meridiano de la lengua

Evoco en el título del epígrafe una noción que en los años 20 llenó páginas y páginas de polémica: el meridiano intelectual de Hispanoamérica. No puedo ni resumirla, pero les diré que hay un precioso libro de la profesora Carmen Alemany Bay sobre la polémica del meridiano, en el que la cuestión de la lengua venía transcendida por la noción amplia de meridiano intelectual. Pues bien, la primera pregunta es si el meridiano lingüístico es el de Greemwich, el que imaginariamente no sólo pasa por Londres sino por tierras de la Península Ibérica.

Creo que progresivamente se ha abierto camino que los meridianos y los paralelos de la lengua son muchos y que , aunque algunos piensen que no es así, la unidad de la lengua es algo que tiene que construirse por consenso entre los que la representan en su esencial diversidad, intentando normativamente (pero con una normatividad panhispanoamericana) separar a la lengua de sus usos erróneos, pero erróneo no quiere decir irregular y el habla imprime irregularidades que años después se aceptan también normativamente.

Estamos en cualquier caso por una unidad ortográfica, una unidad gramatical y sintáctica, con irregularidades que va sedimentando la expresión coloquial de la lengua, y una diversidad léxica que es precisamente la que se expresa en la riqueza regional del español. Y les quiero plantear en esta línea tres cuestiones que me parecen esenciales.

1. La unidad ortográfica. El último en lanzar aquella “Botella al mar para el Dios de las palabras” fue Gabriel García Márquez en la inauguración en 1997 del Congreso de la Lengua. Se creó una polvareda innecesaria ante su “jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna”, algo que, como sabemos, tenía una larga tradición americana: fue Andrés Bello, quien por otra parte tenía una rigurosa preocupación por la unidad de la lengua, el primero en proponer una forma ortográfica americana que redujese algunas complejidades, anticipando posiciones posteriores y más radicales, como la del peruano Manuel González Prada en Notas acerca del idioma(1890). La práctica de González Prada resulta curiosa, más que amenazadora, para la integridad de la lengua: una deformación ortográfica, o el uso de contracciones, o de elisiones vocálicas, no parece ser un camino que imprima más que una distancia anecdótica entre la lengua defendida y su modelo normativo. Creo que hay en cualquier caso todas las razones para negar lo que planteaba Gabriel García Márquez, producto más de una boutade inofensiva que de un ataque a los principios de no se sabe quién.



2. Las lenguas nacionales. Les resumo rápidamente un debate argentino que tiene ochenta años de historia. Es el de las lenguas nacionales y su posibilidad de constituir modelos autónomos. La mayor importancia la tienen en este ámbito teórico algunos textos de Borges: "El idioma de los argentinos", capítulo del libro que con el mismo título apareció en 1928. La postura de Borges, a la que Ana María Barrenechea dedicó, extendiendo la perspectiva a otras partes de la obra, una brillante lectura, parte de diferenciar el idioma de los argentinos del arrabalero y el lunfardo, para insistir, tras señalar la poca capacidad expresiva de éstos, en la existencia de un idioma argentino que aporta un conjunto de matices particulares que en la primera parte de su obra el propio Borges secundó -el voseo, la pérdida de la d final, argentinismos, etc- cuyo sentido se define en relación al castellano así:

Muchos, con intención de desconfianza, interrogarán: ¿Qué zanja insuperable hay entre el español de los españoles y el de nuestra conversación argentina? Yo les respondo que ninguna, venturosamente para la entendibilidad general de nuestro decir. Un matiz de diferenciación sí lo hay: matiz que es lo bastante discreto para no entorpecer la circulación total del idioma y lo bastante nítido para que en él oigamos la patria. No pienso aquí en los algunos miles de palabras privativas que intercalamos y que los peninsulares no entienden. Pienso en el ambiente distinto de nuestra voz, en la valoración irónica o cariñosa que damos a determinadas palabras, en su temperatura no igual. No hemos variado el sentido intrínseco de las palabras, pero sí su connotación. Esa divergencia, nula en la prosa argumentativa o en la didáctica, es grande en lo que mira a los emociones. Nuestra discusión será hispana, pero nuestro verso, nuestro humorismo, ya son de aquí..

La afectividad especial de la lengua necesita su transmisión escrita, aunque esto pudiera alarmar a puristas como Américo Castro que quieren crear un problema donde no lo hay: "Las alarmas del doctor Américo Castro", perteneciente a Otras Inquisiciones fue un texto polémico para contrarrestar los ataques puristas y casticistas, porque Borges, como resume Ana María Barrenechea, "a los casticistas, prefiere los latinistas; contra el localismo estrecho (sea español o americano), defiende las formas más universales de pensamiento y lenguaje. Podemos resumir así su conducta de escritor: uso general hispánico en la arquitectura de la lengua e innovación (creadora de ideas) en el vocabulario".

3. La expresión americana. El hecho de no fundar una lengua quizá obligue a crear una expresión. Y éste fue el objetivo reflexivo de escritos de Pedro Henríquez Ureña (Seis ensayos en busca de nuestra expresión), Eduardo Mallea (Conocimiento y expresión de la Argentina) y José Lezama Lima (La expresión americana). Los tres tienen el denominador común en el título del término expresión, que significa la constatación o la práctica diferencial de una literatura que, en el siglo XX, adquiere rotundamente una dimensión propia y un universalismo capaz de determinar una brillante presencia, diferenciada, de la de la literatura española, deudora ya desde el modernismo de la "expresión americana", deudora en nuestra época, en la narrativa y en la poética, de ejemplos americanos que forman parte de la expresión universal.

Fundar ese ámbito ha sido un trabajo de reflexión y, sobre todo, de creación. Y dos creadores, como Mallea o Lezama Lima, son una garantía suficiente de la elocuencia buscada. Pero los textos sobre el argumento se multiplicarían por el número de todos los creadores: la conciencia de que se está alcanzando una creación nacional y, más allá de ella, latinoamericana, es un recurso frecuente y fundacional que aparece con insistencia dirigido al pasado: la invención originaria de América por la cultura europea; los discursos de lo maravilloso en las culturas precolombinas, o la literatura histórica con el mismo signo mágico desde Colón hasta todos los Cronistas de Indias; el relato de la violencia desde Las Casas; la cultura mestiza desde aquel Garcilaso de la Vega, el Inca, desde finales del siglo XVI...son jalones de una historia literaria reconstruida en nuestro siglo para sedimentar en el pasado los discursos contemporáneos de lo real-maravilloso o del mestizaje.

La expresión americana tiene entonces una bellísima insistencia en esa recuperación del pasado, que adquiere un carácter mágico. O en esa huella que determina la naturaleza esencial: recordemos al Miguel Angel Asturias que recibía el Premio Nobel en 1967 y concluía así su discurso:

Todos los caminos llevan a América. Los mares azules, profundos como sus cielos, el verdor infinito de la vegetación de sus selvas, el borbotón de sangre a cambio del metal áureo, están allí, como las plumas del loro de fuego engañador, para cubrir la tragedia del desencanto, la desventura de cuantos en sus aguas y tierras dejan su vida, la flor de los años y cuantiosas fortunas. [...] ¿Cómo serán los fabulosos países en que los pájaros hablan? [...] Y todo esto bajo el signo del guacamayo que tiene, como América, un fuego anterior, una luz anterior, una llama anterior, sólo visibles a los nacidos en su territorio.

Naturaleza, historia, mestizajes, van creando un perspectiva que sobre todo abre el futuro. Pedro Henríquez Ureña concluye una vez explícitamente:

Si las artes y las letras no se apagan, tenemos derecho a considerar seguro el porvenir. Trocaremos en arca de tesoros la modesta caja donde ahora guardamos nuestras escasas joyas, y no tendremos por qué temer al sello ajeno del idioma en que escribimos, porque para entonces habrá pasado a estas orillas del Atlántico el eje espiritual del mundo español.

Problemas sociales que aquejan a la lengua y los nuevos recursos

Se ha hablado alguna vez de algunos grandes riesgos que el español tiene en el momento actual. Se ha dicho por ejemplo que los dos grandes lenguas de intercomunicación entre países, el inglés y el español (no pienso en el chino, que tiene más hablantes, pero en un territorio), se configuran cada vez más en estos comienzos del siglo XXI con un paradigma social abrumador: el inglés es y será la lengua de los ricos y el español es la de los pobres. Algunos signos de esperanza permiten pensar que no siempre va a ser así y que el dios de las palabras bendecirá también maltrechas y expoliadas economías.

Al señalar antes aquella formidable respuesta de Menéndez Pidal, en los primeros decenios del siglo XX, que mantenía a la radio como un factor hacia la unidad, es inevitable pensar en los avances tecnológicos del siglo y su efecto sobre las lenguas. Los años de la televisión acrecentaron sin duda la presencia unitaria, aunque diferencial, del español con todas sus variantes.

Estamos en la época de la comunicación inmediata, de redes de enlace que tienen en Internet un factor nuevo de relación cultural y lingüística. Hoy sabemos que este recurso, con poco más de un decenio de presencia social, es un factor y un reto imprescindible de intercambio lingüístico. Y sabemos también que esta lengua con cuatrocientos millones de hablantes tiene todavía una escasa presencia en los contenidos de un espacio cibernético que masivamente se expresa en inglés. Un tres por ciento quizá de páginas en español, superadas por las páginas en alemán, francés o italiano, forman un ámbito de comunicación reducido que está señalando las dificultades tecnológicas y económicas por las que atraviesan la mayor parte de los países de habla hispana.

Para que Hispanoamérica pueda estar en el aula será imprescindible que este recurso también didáctico se incremente y resultan encomiables realidades que nos permiten afirmar que se está avanzando: la web del Instituto Cervantes es una de ellas, y otra, principal, es la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que la Universidad de Alicante inició en 1999 y que hoy es sin duda el portal cultural hispánico con más visitantes asomados al interior de un rico acervo patrimonial y literario, español e hispanoamericano. Sería interesante aficionar a los alumnos a su uso: es en las más de diez mil obras editadas donde encontrarán ejemplos imprescindibles de la complejidad y la belleza de la lengua.

La literatura como elemento didáctico

Podría continuar hablando de los problemas sociales de la lengua, de la educación en América latina, de las hirientes diferencias y limitaciones que crea la pobreza en sociedades que manifiestan también opulencia. Hablaré de otra cosa: hay un impulso de creatividad que, desde América Latina sobre todo, ha universalizado nuestra lengua a lo largo del siglo XX.

Yo creo que los profesores de español harán bien en tenerlo en cuenta. Creo que la literatura es la máxima expresión de cualquier lengua y en ella precisamente no estamos en crecimiento cero.
Ustedes, profesoras y profesores de español, deberán trabajar en el aula con modelos coloquiales en cuya reiteración sus alumnos aprenderán la lengua. Podrán utilizar referentes teóricos de la gramática normativa, generativa, transformacional, cognitiva, comunicativa, de la gramática contrastiva, e incluso, si los necesitan para la vida, también de la gramática parda.

La reiteración verbal y escrita será sin duda un factor de aprendizaje, pero no olviden los modelos literarios. Yo buscaría en cualquier clase de español que los alumnos apreciasen un texto que es de todos conocido, precisamente para hablarles del español en América. Lo identificarán enseguida:

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra...Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes...el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro...Se lo llevaron todo y nos dejaron todo...Nos dejaron las palabras.

El Neruda de “La palabra”, epígrafe esencial de sus memorias, forma parte de los recursos imprescindibles para conseguir que el uso práctico de la lengua sea siempre un camino para que los alumnos acaben amando la lengua, porque sólo se termina conociendo bien lo que se ama.

Es ya el momento de concluir y no sé si hacerlo solemnemente o descender a ese clima más ligero en el que podremos encontrarnos mejor, más cómodos, para que inicien sus trabajos sin la presión de las grandes frases retóricas.

He repasado los títulos de sus trabajos y auguro un óptimo resultado de esta jornada. Con su propuesta de “Hispanoamérica en el aula” espero que lleguen a fijar una línea de indagación didáctica, que les será sin duda provechosa y que atraerá a sus alumnos a un aprendizaje hasta divertido de la lengua y las culturas de América. Creo que es papel del Instituto Cervantes proponerlo y el gran don Miguel de Cervantes , que quiso y no pudo ir a América, estaría sin duda muy contento acompañándoles y, por supuesto, también porque su nombre patrocine este viaje a su lengua y a aquellas culturas.